jueves, 23 de enero de 2014

Manu Leguineche. El paradigma visto y sentido por otro ejemplar del mismo paradigma: Iñaki Gabilondo. Qué buenos focos para un escenario tan cutre...


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Nuestro Kapuściński

EL PAÍS

Cada vez que desaparece físicamente un ser humano de esos que hacen época, que se ha batido el cobre por esa misma humanidad a la que pertenece, desde su oficio vocacional,  nos quedamos un poco más solos, al menos en la periferia de lo que nos rodea, porque, en realidad, esos seres grandes en individualidad más que en "personalidad" o máscara, nunca se van del todo. Dejan "aquí" una energía inextinguible porque con ella han convocado la luz y la gracia en el trozo de mundo que les ha tocado habitar. Han hecho de la rutina existencial un camino de descubrimiento diario. Del ninguneo precario de lo "habitual", un encuentro con la aventura de vivir con consecuencias nutritivas y constructoras de inteligencia, de ética, de fuerza y de dignidad. Y cuando desaparecen materialmente de este plano se transforman en una presencia que ilumina, que anima, que sigue rompiendo esquemas sobados y mustios. Leguineche es uno de ellos, que como Carmen Sarmiento, Miguel de la Cuadra o Félix Rodríguez de la Fuente nos mostraron tantas veces la cara oculta de la noticia como anécdota, su lado más real y desconcertante, metidos hasta el cuello en la actualidad de lo descarnado, en los entresijos testimoniales de la naturaleza humana y sus paisajes cambiantes, demoledores de lo convencional por la hondura fresca del directo que palpita, para que con esa maestría, se remueva la esperanza y se produzca el sobresalto de la conciencia. Por eso no mueren nunca. No es lo mismo cambiar de altura que "morirse". Muerte es final, aniquilación sin posibilidades de nada más. Sin embargo hay seres cuya energía no entra ya en la base de datos de la aniquilación ni en el juego entre  memoria y olvido. Se han fundido en vida con la esencia y han superado lo insustancial con su empeño por la transparencia y la normalidad de lo sublime. Han transcendido. Y son vida inagotable. Infinita. Aunque nadie los recordase seguirían en activo, como la fuerza de la gravedad o la fotosíntesis. Como la respiración o el pensamiento. 

                                                                    

Dice Masaru Emoto que la fuerza más intensa de transformación la produce el sonido silencioso de  la palabra "gracias", "arigató" en japonés. Pues que así sea para ti, Manu Leguineche, en cualquier vibración del universo donde pongas, más allá de tiempo y espacio, tu taller de hombre bueno.




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