miércoles, 8 de enero de 2014

Lúcido, coherente. Honesto. Magistral Iñaki

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Las malas compañías

EL PAÍS

Las malas compañías. ¿Quién no recuerda ese mantra en nuestra infancia y adolescencia, verdad? 
Lo terrible es, además, cuando uno no crece y se queda atascado sine die en la infancia y en la adolescencia psicoemotivas; pensando que siempre habrá un Capitán Trueno, un Diego Valor, un Guerrero del antifaz, un Tío Paco con la rebaja cuartelera o un primo de zumosol forrado que vendrá de Wall Street o del la BCE a salvarnos del embolado de turno. Pero no. Hay que madurar sí o sí. Y cuando no lo hacemos a su tiempo la vida pasa factura y no nos salvan, como se decía entonces, ni la paz ni la caridad. Y se pasa de estar verdes a estar podridos y acartonados por dentro, pero arrugados e incomestibles por fuera. Como la fruta que no maduró a su tiempo. Así pasa con los estados, con las ideologías, los partidos y sindicatos, con las economías, los negocios, las religiones, las "culturas" y las sociedades. Con las personas también, por supuesto, que son la materia prima, causa y efecto de todo lo demás. Es un feedback, una retroalimentación vis a vis. Para que se entienda sin ambages : de lo que se come se cría y de lo que se cría se come. Si se contamina el aire es imposible respirar en limpio y tener salud. Si se descuidan los bosques y se queman, se desertiza la tierra. Si se abandona la agricultura y sólo se producen  las máquinas llegarán la miseria y el hambre el día en que no se puedan producir y vender máquinas, porque escasee el petróleo o los mercados estén saturados y no se pueda importar comida porque ya no hay dinero para comprarla ni infraestructuras para producirla, porque ya no se puede seguir trabajando por falta de materias primas y entonces el dinero pierda su valor "mágico" ante la paradoja de que ya no hay nada que comprar y lo que podría comprarse no interesa ni permite sobrevivir...
Y así va la rueda en todo. También, y sobre todo, en lo que atañe al sentimiento ético de la vida, que es el verdadero motor de la prosperidad sostenible. Y ese sentimiento ético es la mejor vacuna y seguro previsor contra las hecatombes que la torpeza e inmadurez de gobernantes y ciudadanos provocan cuando se convierten mutuamente en malas compañías y no se pone remedio a tiempo.

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