sábado, 11 de enero de 2014

Las cuatro estaciones del Apocalipsis

Era verano. Las olas traían perfume de luces
y la seda intacta cosida en el sueño
trenzaba en las dunas  señales de humo
Al fondo la vida se desperezaba
entre las mentiras de una vieja historia
que nació vencida por su propio peso

Se ha roto el encanto -silbó la marea
contra la escollera de las soledades-
Sólo queda sal en vez de recuerdos
-respondió la noche mientras alargaba
su brazo de olvido cubierto de estrellas.

Al fondo, despierto, con sus grades ojos
claros de infinito, manaba el silencio


El beso dorado que deja el otoño
llega con sordina. Hojas de amarillo
saltan calendarios, agencias de viajes
que venden billetes al nunca jamás
entre las promesas jamás prometidas
envueltas en mapas de ciencia-ficción
que ofrecen el vuelo a la última isla
de la fantasía. Y luego la nada
se pide un café cortado y amargo
para que se calle la falsa esperanza
de las noches tibias y el cielo vacío
comience a llenarse de lluvia amarilla
igual que las hojas envueltas en brisa
me besan al paso rozando mis pies
Amarillo otoño con mechas rojizas.

Y al fondo, templado, con sus grandes ojos
abiertos al toque que deja el ocaso,
reposa el silencio


Dicen que es invierno. Aunque juraría
que se ha equivocado el telediario
que el hombre del tiempo
debe estar de broma . Demasiado suave
resulta este cielo regalando azules
más propios de abril que afines a enero.
Los días se alargan y las noches menguan
la luz se reparte como un mazapán
en medio de un mundo que va como puede
herido y cansado inventando velos
para que se esconda esa impertienencia
que llaman verdad pero no lo es.
Aquí no hace frío y el hielo no cuaja
será que el amor enciende su hoguera
donde le parece y así cambia el clima
y de paso llena parques y terrazas
plazas, callejones, bares y cafés.

Al fondo, el silencio, se ha puesto a cantar.


Le llamaban primavera
pero no se lo creía.
Nació cuajada y sumisa
al polen y a las acacias;
desconfiada sufría
de hipersensibilidad,
tosía y estornudaba
en cuanto marzo el tramposo
asomaba por las lindes
del redivivo horizonte
su cara de brote nuevo;
las palabras que escuchaba
le parecía espadas
que venían a cortarle
hasta la respiración
y las ganas de correr
por los bosques y los prados

Por más que sembraba lirios
sólo ortigas cosechaba
en los campos agotados
que miraba entristecida.
Qué responsabilidad
me ha endosado el universo
- se quejaba primavera
harta de su cometido-.
Si a mí me gusta lo triste
si a mí me pone lo mustio,
si a mí me encanta lo viejo
y me seduce lo oscuro
¿por qué tengo que alegrarme
de que germine la hierba,
de que florezca el almendro
de que todos los poetas la tomen
con mi llegada y se pongan a hacer odas
tan cursis y relamidas
que  a mí producen náuseas?

Al fondo, el silencio, agotado y hecho migas,
ha dicho adiós.








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