lunes, 3 de septiembre de 2012

ADIOS, MARTINI. HOLA, VINO DULCE DEL ESPÍRITU

Hace pocos días que ha muerto Carlo Mª Martini. Un sacerdote católico y jesuíta, autor de textos muy inteligentes y espirituales, empeñado en conciliar el mundo posmoderno con los dogmas de la catolicidad. Como tantos teólogos cuyo objetivo se concentra en buscar vínculos, en romper barreras y acercar posturas ideológicas. 
No deseo para nada juzgar a Martini, a quien siempre he admirado y respetado, sobre todo, como hombre bueno.
Pero ante estas muertes monumentales, que se convierten en epitafios de escaparate, como las de los papas o los presidentes, me pregunto muchas cosas. Como por ejemplo qué habrá sentido el alma de este hombre al contemplar desde "fuera" su cuerpo revestido de oropeles y exhibido como un totem de la vetoiglesia, él, que se apartó del mundo y del glamour eclesiástico y "papable", para minimizarse en Israel, junto a los entrañables lugares que recorrió Jesús de Nazareth durante sus años (pocos) terrestres. A repasar y traducir para el mundo agónico y parturiento, los textos bíblicos, mientras contemplaba tan de cerca, el dolor de los palestinos y el totalirismo judío expan-sionista. 
Me pregunto el porqué de estas "gloriae mundi", de estos shows postmortem, con que el imperio de las cenizas acostumbra a celebrar despedidas multitudinarias para personajes, a cuyos habitantes verdaderos, en realidad, nunca conocieron de cerca. Se celebra la máscara. Se celebra el castillo de irreales fuegos de artificio, quizás hasta con música de Händel añadida, que el compositor ideó para la solemnidad de lo efímero. Qué lejos del personaje queda el hombre. Y como a veces, pensando en trabajar para salvación de la humanidad, se crean abismos entre la humanidad y sus salvadores, que acaban recluídos en sí, en una burbuja mediática que les separa de esa humanidad que aman platónicamente y que nunca tuvieron cerca en la cotidianidad, paradógicamente, para tener más tiempo que dedicar a lo que ellos creen más importante y decisivo; y también a lo que les apasiona personalmente.
No puedo evitar el recuerdo de otras muertes mucho menos solemnes pero muy entrañables en su simplicidad y modestia. Y que nos han dejado un testimonio vivísimo de otras formas de entender la salvación, la vida, muerte y las relaciones humanas. Por ejemplo la de Francesco d'Assisi il poverello. Sobre la tierra, directamente. Despojado de todo. Hasta del deseo de ser sacerdote, para fundirse mejor y más libremente con la luz increada. Unido a sorella madre terra la quale ne sostenta e governa y bendiciendo y alabando al Creador per sora nostra morte corporale de la quale  nullu homo vivente  pò scappare, per quelli che perdonano per il tuo amore, et sostengo infirmitate e tribolatione, beati quelli che troverà nelle tue santissime voluntate, ca la morte secunda no 'l fa male. El Canto di Frate Sole. O de las criaturas, como le llamaron más tarde. 
Quizás llegue un tiempo en que lo importante no sea dar culto a los muertos, sino dar gracias gozosas por el tiempo que compartieron con nosotros y sobre todo porque su cercanía, su forma de entender la vida, las virtudes y los logros de su trabajo existencial hayan conseguido contagiarnos, y ayudarnos a crecer en otras direcciones que no sean la repetición y las vueltas de tuerca en el mismo sentido que hemos llevado durante milenios. 
Celebrando la muerte de los "ilustres" y el resplandor de su "importancia", es muy fácil reducir su ejemplo y su energía al estado fósil del recuerdo melancólico y al lamento por la "pérdida", mientras se deja escapar el flujo extraordinario de su vibración más alta e inmortal. Indeleble. El gozo de vivir con ellos para siempre en el corazón, en la mente creadora y en el sentimiento del alma. Porque en realidad en el reino de la conciencia nada válido se pierde jamás. Pero, claro, en un mundo donde los sentimientos se han borrado ante el estallido pasajero de las emociones, con la compraventa y el placer se ha reducido sólo al cuerpo físico y a sus sentidos limitadísimos. Donde sólo cuenta ganar, tener, figurar, poder, manipular, dominar, simular y adquirir...no queda sitio para la excelencia de la normalidad. Para el gozo de lo sutil, de la belleza incorruptible, de lo que en su discreción y sabia humildad, constituye la dicha como estado permanente. Y el disfrute delicioso del cielo en la tierra. Aunque la tierra parezca un infierno, en realidad sigue siendo el paraíso para quienes se olvidan del ego y se funden, sin remilgos ni rigideces tóxicas, con la felicidad de los bienaventurados.


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